El encuentro, que ha durado dos horas trata de sacar adelante la cumbre de Kim y Trump


Los esfuerzos para sacar finalmente adelante el encuentro entre el líder supremo norcoreano, Kim Jong-un, y el presidente estadounidense, Donald Trump, siguen adelante y las negociaciones van contrarreloj.


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Los esfuerzos para sacar finalmente adelante el encuentro entre el líder supremo norcoreano, Kim Jong-un, y el presidente estadounidense, Donald Trump, siguen adelante y las negociaciones van contrarreloj.

El presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, se ha reunido este sábado por sorpresa con Kim Jong-un en Panmunjom, el escenario de su histórica cumbre en la frontera entre ambos países el pasado abril, para abordar cómo conseguir que la cita del día 12 de junio en Singapur se mantenga, según ha informado la Casa Azul, la Presidencia surcoreana. Una cita en la que tanto Seúl como Pyongyang tienen un enorme interés.

La reunión, que ha durado dos horas, se celebró esta vez en el lado norte del Área de Seguridad Conjunta en la Zona Desmilitarizada, allí donde hace casi exactamente un mes los dos líderes coreanos saltaron tomados de la mano, en una imagen que dio la vuelta al mundo y se ha convertido en uno de los grandes símbolos del acercamiento entre los dos países. En aquel encuentro, Moon y Kim anunciaron sus aspiraciones de conseguir la desnuclearización y la paz permanente en la península coreana.

Habrá que esperar para conocer cuáles han sido sus resultados concretos. Moon no informará de ellos hasta este domingo a las 10.00 hora local (las 03.00 de la madrugada en la España peninsular), según ha precisado la Casa Azul.

Las imágenes distribuidas hasta el momento muestran a los dos líderes sonrientes, sentados frente a frente en una mesa tras la que se aprecia un retablo del monte Paektu, el más importante en la tradición coreana. La hagiografía del Norte asegura que allí nació Kim Jong-il, padre del actual líder supremo norcoreano, aunque según documentación rusa ocurrió en Siberia. 

La cita de este sábado representa un nuevo esfuerzo para persuadir al presidente estadounidense, Donald Trump, de que cambie de opinión, después de que el jueves sorprendiera al mundo al cancelar la reunión de Singapur en una carta redactada personalmente y enviada a Kim sin aviso previo a Corea del Sur u otros aliados.

El viernes, Trump parecía inclinarse de nuevo por la celebración del encuentro. Al menos dejaba la puerta un poco más entreabierta, al declarar a los medios —y tuitear más tarde— que estaban «teniendo conversaciones muy productivas con Corea del Norte para restablecer la cumbre que, si sucede, probablemente siga siendo en Singapur en la misma fecha, el 12 de junio, y si es necesario se extenderá más allá de ese día».

Trump había alegado, para cancelar el encuentro, el lenguaje hostil de Corea del Norte, que además —según ha filtrado Washington— dejó plantada a una delegación estadounidense en Singapur la semana pasada cuando estaba prevista una reunión preparatoria para pactar los detalles logísticos de la esperadísima cumbre, en la que debía empezar a tratarse la posible desnuclearización del Reino Ermitaño.

Desencuentros por Libia

Pyongyang había amenazado la semana pasada con retirarse de la reunión si altos funcionarios como el consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, no dejaban de proponer el “modelo libio” para que Corea del Norte se deshiciera de su programa nuclear. Libia es una palabra tabú para el régimen de Kim Jong-un, que tiene muy presente la muerte de Muamar el Gadafi, el líder del país magrebí que en 2003 renunció a su programa atómico para caer a balazos a manos de rebeldes apoyados por fuerzas occidentales.

El régimen de Kim también se lamentaba de que solo ellos habían ofrecido gestos de buena voluntad, mientras que EE.UU seguía sin dar pasos prácticos.

Al mismo tiempo, las relaciones con el Sur también se tensaban. El Norte cancelaba unilateralmente las conversaciones de alto nivel previstas en la frontera para ese mismo día y en la que debía tratarse la aplicación de los acuerdos conseguidos en Panmunjom el pasado abril.

La gota que, aparentemente, colmó el vaso de la paciencia de Trump llegó el mismo jueves —miércoles aún en Washington—, cuando la vice ministra de Exteriores norcoreana, Choi Son-hui, llamó “idiota” al vicepresidente de EE.UU, Mike Pence, quien había vuelto a traer a colación a Libia y a Gadafi en unas declaraciones públicas.

Algunos sectores en la Casa Blanca habían expresado también su temor a que Corea del Sur, el gran mediador en el proceso, hubiera exagerado la voluntad del Norte de llegar a algún acuerdo sobre su armamento nuclear de modo que satisficiera a EE.UU.

Trump también se había quejado de que China había influido sobre Kim para que mostrara una posición más dura.

Pero 24 horas más tarde, otro vice ministro de Exteriores norcoreano, Kim Kye-gwan, enviaba un mensaje sorprendentemente conciliador a través de un comunicado que recogía la agencia estatal KCNA. Kim expresaba la “profunda pena” de su país porque no llegara a celebrarse la cumbre y que ya no fuera a ponerse en marcha una “solución Trump” para conseguir la desnuclearización en la península coreana.

El lenguaje deferente parece haber tocado un punto sensible del presidente estadounidense, para el que los halagos son la vida

 


Redacción CiudadColorada.com | Elpais.com







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